Cuando la performance no termina nunca...
Leyendo este artículo llamado “The death of posting personal works” me sentí interpelado y hasta por momentos identificado con lo que cuenta el autor (Adam Taylor) a quien no había leído y llegué saltando de blogroll en blogroll.
Habla de la diferencia entre los primeros años de internet donde se podía compartir el trabajo personal de manera anónima y de esa manera se valoraba el contenido en sí y no se daba valor a partir de quién lo publicaba. Lo que más me llegó fue su referencia a que hoy se trata más de construir una “persona pública” que de hacer cualquier tipo de creación de calidad (desde un programa informático hasta una pintura, fotografía o canción). Solo basta con ir publicando seguido, comunicando una autopercepción de experto y siguiendo las tendencias del momento para lograr construir esa “persona”.
Aunque ideas como estas son algo que ya he visto muchas veces, hoy me llevaron directamente a pensar sobre el cambio de vida que representó la pandemia de Covid para mí en lo personal y sobre todo en lo laboral. Más que nada lo difícil que me es no desorientarme con lo que está sucediendo, esa sensación de no saber donde ponerme…
Lo que importaba era la música
Durante años en mi formación como alumno, guitarrista clásico y profesor de guitarra lo que importaba era todo lo que uno aprendía más allá de quién o qué uno era. El sonido, la capacidad de análisis y de interpretación y todo eso que hacía al camino de aprendizaje que ya sabíamos que iba a llevar una vida. Sobre todo había algo muy claro, había que prepararse y construirse antes de “ser” un músico. De hecho con mi esposa (nos conocimos en la universidad) compartimos una anécdota en la que un profesor nos decía que quienes estábamos atendiendo su clase éramos “mu”, porque nos faltaba mucho para ser “músicos”. Más allá de la manera poco elegante de hablarnos del profe jamás podría decir que era el único loco que pensaba así, esa era la manera que había en el mundo de la música académica.1
En medio de todo esto recordé una frase de la apertura de una serie de la década de los 80 llamada “Fame” (de la que alguien recuerde o haya visto) en la que una profesora (interpretada por la actríz Debbie Allen) frente a sus alumnos dice lo siguiente:
You've got big dreams? You want fame? Well, fame costs. And right here is where you start paying in sweat. 2
En criollo sería algo como “¿Tienen grandes sueños?, ¿quieren fama? Bueno, la fama cuesta. Y aquí mismo es donde ustedes comenzarán a pagarla con sudor.”
El modo en el que yo llevaba mi docencia adelante no era excluyente, no me resultaba realista ni útil pedirle a alguien que dejara todo para poder tocar y cantar una canción, un primer paso para conocer la experiencia de hacer música y desde allí decidir en un abanico de posibilidades inmenso para cada quien. No obstante eso, había hecho un largo camino para desarrollar las capacidades necesarias para hacer mi trabajo y de un momento al otro eso quedó casi obsoleto…
Acabo de llegar, soy un extraño...
Durante los años en los que para mí Facebook era solo una manera de ser incomodado por ex compañeros de la escuela que uno no veía hacía más de una década, Instagram algo para ver fotos y TikTok ni tan si quiera existía, yo no notaba el enorme cambio que estaba sucediendo en referencia a la manera de consumir lo que comenzó a llamarse “contenido”. Esto sumado a mi falta de interés con esas redes sociales que ya consideraba como una pérdida de tiempo.
Pero como dice el tango, “toda carta tiene contra y toda contra se da”3, un día sucedió el aislamiento por el Covid y mi trabajo mutó completamente al modo online, sobre todo la manera de mostrarlo y comunicarlo. Pasé de un sistema de recomendación (boca a boca) en el que personas que me habían conocido le comentaban a alguien conocido acerca de su profesor a tener que buscar mostrarme en redes sociales que no solo desprecio sino que también me resultan muy difíciles de procesar en su funcionamiento.
Lo más complicado de este cambio es precisamente lo que el autor del artículo dice acerca de “crear una persona pública” de mí mismo. En la recomendación boca a boca había un profesor, alguien que sabía de algo que otra persona quería aprender y que a partir de la confianza en el recomendante llegaban a mí. No se trataba de quién era, se trataba de qué es lo que sabía enseñar y también cómo lo enseñaba, pero no importaba para nada quien era, nadie le preguntaba al recomendante si el profesor tenía seguidores en tal o cual red social, si había viajado o si era vegetariano. Simplemente se pasaban mi número y me contactaban.
Eso cambió totalmente, ahora había extraños a quienes había que llamarles la atención siendo yo también un extraño para ellos. No se trataba de que buscaran alguien con conocimiento, viví esta situación como quien se enfrenta a una masa gigantesca que no quiere nada en particular y como si convencerles de algo fuera mi trabajo. Ya no se trataba de algo que podía resolver desde mí, como podía ser el no saber algo o no tener las herramientas para enseñar algún tema. Obviamente esa manera de tomarme la nueva situación me llevó a una depresión de la que me costó bastante tiempo salir.
Cuando el escenario está al nivel del suelo, o, ¿qué es un fondo?
El choque que para muchas personas de mi generación representa esta crisis cultural es gigantesco, en lo profesional pero sobre todo en lo personal. Es sumamente difícil convivir con reglas que son tan diferentes a las que aprendimos y forjaron nuestros valores como artistas y como personas. Lo más complicado para mí es contemplar la existencia de esa “persona pública” y diferenciarla de mi persona real. Es decir, que los cambios que hay que hacerle a esa persona inventada para adaptarla a ese mundo virtual no son para nada cambios que tenga que hacer en mi vida privada.
En un primer momento me resultaba impresionante cómo la imagen era todo. Ningún músico o estudiante de música de mi generación sabía qué era un “fondo”4 para hacer un video, para eso estaba el escenario y los momentos de performance que no tenían nada que ver con mi casa o con mi vida íntima.
Ni que hablar de qué ropa elegir o qué era hacer “branding” personal…
Poco a poco la performance dejó de ser el final de un proceso secuencial para convertirse en algo que sucedía todo el día y en simultaneidad con la vida.
Quienes hacemos arte muchas veces lo hacemos para suspender de alguna manera esa fatalidad que tienen muchos aspectos de la vida y a partir de ese momento (y de mi incapacidad de sobrellevarlo) eso también me había sido arrebatado…
Claramente la dificultad para dividir las reglas de juego del mundo real con el mundo virtual me perjudicó y luego de mucho tiempo pude comenzar a entender las diferencias.
A modo de cierre
Cuando como en mi caso no queda otra opción que usar al menos un poco las redes sociales para el trabajo es muy importante tomárselo con calma y no confundir el valor personal con lo que esos desagradables ámbitos proponen. Aunque cueste hay que tener presente que son simplemente herramientas porque ni las respuestas favorables o en contra significan más que un dato que esas herramientas nos dan. No hablan de nosotros ni de nuestra capacidad profesional ni humana.
Por eso agradezco tanto haber encontrado una comunidad como la de Mastodon en la que se pueden compartir ideas y mucha información sin inventar ninguna “persona” ficticia que viva en busca de likes o reproducciones.
Será hasta la próxima 🧉
Todo esto dicho más allá de si se está de acuerdo o no con que esa visión de las cosas fuera virtuosa, ha perjudicado muchas personas creer que para hacer lo mínimo con un instrumento había que dejar la vida, pero era una manera lógica de ordenar un proceso.↩
“Las cuarenta”, un tango maravilloso que por poco no habla de estos tiempos… les dejo una versión de Edmundo Rivero↩
Me refiero al background que uno usa para los videos, la primera vez que alguien me dijo “tu background es muy distractivo” no entendí a qué se refería. Ni hablemos cuando me sugirieron “tendrías que probar hacerlo al aire libre o caminando”.↩